En los años 50, el presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, y el de la Unión Soviética, Khrushchev, trataban de llegar a un acuerdo para poner fin a la guerra fría o reducir su beligerancia, pero casualmente, en ese mismo momento, un avión espía estadounidense U2 es interceptado y derribado en cielo ruso. Eisenhower no tuvo otra opción que aceptar la responsabilidad por el vuelo del avión espía U2 sobre territorio ruso; Khrushchev no tuvo otra opción que condenar el espionaje norteamericano, incluso aunque sabía que Eisenhower había sido engañado por un elemento hostil dentro de la CIA.
Casualmente justo después de la reunión en los Estados Unidos, entre Obama y Medvedev, destinada a ultimar el tratado START, que tenía el objetivo de reducir la carrera armamentística, en especial en lo referente al escudo antimisiles, se destapa el escándalo de los espías rusos, unos espías que, como se ha demostrado, no desarrollaban ningún tipo de amenaza para la seguridad de los Estados Unidos.
El gobierno ruso sospechó inmediatamente de un tercero involucrado. El ministro de relaciones exteriores ruso, Sergei Lavrov, que estaba en Jerusalem en ese momento, dijo, “El momento [...] fue elegido con particular sofistificación”. Nikolai Kovalyov, un ex director de la FSB (servicio secreto ruso), dijo, “Creo que ciertos técnicos están intentando infectar el programa de reinicio del presidente norteamericano con algún virus destructivo”.
Ambas administraciones decidieron bajar el tono a la situación admitiéndolo todo, a pesar de que sabían de sobra que todo era un montaje por parte de un tercero.
¿De nuevo una maniobra del complejo militar armamentístico? ¿Era Obama consciente de esta jugada al contrario que lo fue Eisenhower?
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