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martes, 22 de diciembre de 2009

Nadie podrá escapar del Nuevo Gobierno Mundial

Por Janet Daley

Hay margen para el debate - e innumerables concursos de periódicos - acerca de quién fue la figura pública más influyente del año, o cuál fue el acontecimiento más significativo. Pero no puede haber duda de la palabra que ganó el premio al adjetivo más importante. 2009 fue el año en el que "global" barrió el resto del léxico político en la oscuridad. Donde había "crisis global" y "desafíos globales", la única solución posible es la que estaba en "soluciones globales" que requieren "acuerdos globales". Gordon Brown llegó a sugerir algo llamado "alianza global" en respuesta al cambio climático. (¿Sería ésta una alianza contra el Eje de los Extra-Terrrestres?)
Parte de esto fue pura tontería: cuando fue pronunciada por Gordon Brown la palabra "global", como en la "crisis económica global", significa que: "No es mi culpa". En la medida en que la palabra tiene un significado inteligible, también tiene ramificaciones políticas que fueron apenas examinadas por los que hacen notar su tremenda importancia. La sola mención supone barrer toda consideración de lo que supuestamente es el principio más básico de la democracia moderna: de que los gobiernos nacionales electos son responsables de su propia gente - que el derecho a gobernar se deriva del consentimiento de los electores. La peligrosa idea de que la responsabilidad democrática de los gobiernos nacionales debería ser simplemente suprimida en favor de "acuerdos globales", alcanzados tras negociaciones a puertas cerradas entre los líderes del mundo nunca, hasta donde recuerdo, había entrado en la arena de la discusión pública. Salvo en los Estados Unidos, donde se convirtió en un muy polémico tema de discusión, los Estados Unidos siguen aferrándose firmemente a la idea del Siglo XIX de que el poder debe recaer en la voluntad del pueblo. Tampoco se le dio mucha consideración a la conclusión lógica de todo este grandioso hablar de un consenso global, sin duda deseable: si no hay elección popular sobre la aprobación supranacional de "acuerdos jurídicamente vinculantes", ¿qué sucedería a los disidentes que no aceptaran sus premisas (por ejemplo, sobre cambio climático) cuando no existe posibilidad de huir a otro país como protesta? ¿Esto podría ser considerado como el surgimiento de un gobierno mundial? ¿Y sería capaz de disponer de poderes policiales y de ejecución que sustituirán a la autoridad de los gobiernos nacionales electos? En efecto, este es el famoso "déficit democrático" de la Unión Europea elevado a escala planetaria. Y si el modelo de la UE es el más cercano, entonces las agencias de la autoridad mundial envolverán grandes extensiones de poder entregadas a funcionarios no electos. Olvídese de las irritaciones de la relativamente pequeña Burocracia Europea: Bienvenidos a la era de la Burocracia Terrestre, donde literalmente no tendrá donde huir. Sin embargo, usted puede decir que no obstante las terribles consecuencias políticas, seguramente existe algo en esta obsesión con los problemas globales. La economía se basa ahora en un mercado mundial, y si realmente el planeta se enfrenta a algún tipo de crisis climática humana, entonces eso también es un problema que trasciende las fronteras nacionales. Seguramente, si nuestros problemas son universales, las soluciones debieran serlo también. Bueno, sí y no. Llamando "global" a un problema se quiere dar a entender tres cosas diferentes: que es el resultado de las acciones de las personas en diferentes países, que esas acciones han tenido un impacto en las vidas de todos en el mundo, y que la solución debe implicar respuestas o correcciones idénticas a las acciones separadas. Se trata de premisas separadas, cualquiera de las cuales podría ser cierta, sin que el resto de ellas tenga que serlo necesariamente. La crisis bancaria sin duda tiene sus raíces en el carácter internacional de las finanzas, pero la forma en que los países y las poblaciones son afectados varía considerablemente de acuerdo a las diferencias en sus problemas internos. Gran Bretaña sufrió especialmente mal a causa de su adicción a la deuda pública y privada, mientras que Australia escapó relativamente indemne. Que un problema sea internacional en sus raíces, no implica necesariamente que la solución deba incluir el martilleo de una receta mundialmente uniforme: de hecho, dadas las diferencias en los efectos y consecuencias en los distintos países, el intento de hacer ese martilleo podría ser una enorme pérdida de tiempo y recursos que podrían aprovecharse mejor en la elaboración de soluciones nacionales. Francia y Alemania parecen haber salido de la recesión en el último año (y los Estados Unidos podría estar a punto de hacerlo), mientras que Gran Bretaña no lo ha hecho. Estas variaciones se deben más que nada a los pomposos y exagerados intentos de encontrar soluciones globales: es lo que hace la mayoría de los países individuales, bajo la presión de la responsabilidad democrática, haciendo lo que ellos deciden que es mejor para su propio pueblo. Esto no es lo que Brown llama "intereses mezquinos", o "pobre mi vecino despiadado". Es el negocio correcto de los dirigentes nacionales electos para hacer juicios que son apropiados para las condiciones de sus propias poblaciones. También es correcto que los jefes de las naciones se niegen a firmar acuerdos globales "legalmente vinculantes" que fueran una desventaja para su propio pueblo. La resistencia de las naciones en desarrollo a un pacto de cambio climático que les negaría el tipo de crecimiento económico y prosperidad de masas al que los países avanzados se han acostumbrado no es egoísmo sin sentido: es adecuado para velar por el bienestar de sus propios ciudadanos. La palabra "global" ha adquirido connotaciones sagradas. Cualquier acción emprendida en su nombre debe ser intrínsecamente virtuosa, mientras que las decisiones de los distintos países son necesariamente "estrechas" y egoístas. (No importa si un "acuerdo global" sea desproporcionadamente influenciado por las naciones más poderosas.) Tampoco nuestra era es tan completamente distinta de las anteriores, a pesar de su sofisticación tecnológica. Siempre hemos necesitado de acuerdos multilaterales, ya sea sobre el comercio, el crimen organizado, los controles fronterizos, o de defensa mutua. Si el impacto de nuestro comportamiento en la humanidad en general es mucho mayor o más rápido que nunca, tenemos que encontrar formas de lidiar de manera de no sacrificar la forma más inteligente de gobierno jamás diseñada. Hay un tufillo de totalitarismo de esta nueva teología, en la que los riesgos se describen en términos tan cósmicos que todo lo demás debe ceder el paso. El "globalismo" es otra forma del internacionalismo que ha sido una creencia fundamental de la izquierda: un compromiso con una clase en vez de país parecía un antídoto admirable al nacionalismo de "sangre y suelo" que dio origen al fascismo. El Estado-Nación nunca se ha recuperado de la mala reputación que adquirió en el siglo pasado como el progenitor de las guerras mundiales. Pero si tiene que ser relegado al basurero de la historia entonces será mejor encontrar nuevos mecanismos para permitir a las personas tener voz para decir cómo quieren ser gobernadas. Tal vez ese podría ser el desafío global del próximo año.

Original:
The Telegraph

Como hemos señalado en otras entradas, es bastante sorprendente que hoy, a finales de 2009, los periódicos, la televisión y los líderes mundiales hablen abiertamente de crear un "gobierno mundial" y a nadie parezca importarle. Nosotros, los "locos de la conspiración" lo advertimos desde hace años, y ahora que las cosas están tomando forma, la brillante idea es aceptada como deseable. Realmente, al mundo le falta un tornillo...


En breve una nota sobre el fiasco de Copenhague y otros asuntos.

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